Se acabó lo de hacer lo que se te ordena, sin antes pasar por el filtro de tu voluntad.
Ahora tú decides si te gusta lo que ves, lo que pruebas, las personas que te se acercan o los juegos que te proponen.
Eres una persona con la L de la vida, pero estás dispuesta a hacer las prácticas por ti mismo. Y eso conlleva conflictos con lo que te rodea.
No entiendes por qué te decimos que cenes, si no tienes hambre. Por qué hay que ponerse el abrigo, si se va más incómodo. Para qué hay que pasarse esta cosa tan rara y pinchuda por los dientes.
Ya vas al colegio y sabes lo que es que otra persona llore, te muerda o te empuje. No lo entiendes, pero ya lo sientes. Por suerte, todavía no sientes rabia cuando te quitan algo tuyo. Si alguien te coge una pala en el parque, te parece bien.
Eres simpático, sonriente, amable y curioso, muy curioso. No se te pasa un autobús sin que lleve tu saludo, moviendo más el brazo que la mano. No te gusta que te toquen la cara ni ver la televisión. Levantas los brazos si ves gente jugando al fútbol, o te pones el dedito en la boca cuando alguien hace ssshhh.
Todavía aguantas poco jugando a cualquier cosa, pero no hay nada de tu entorno que escape a tu control. No vas a permitir comer una tortita seca mientras tus padres se la llenan de nata y chocolate.
Te encanta la cocina en general y la Thermomix en particular. Lo mejor que te ha pasado en la vida es que te pusiéramos una torre para llegar a la encimar tú solo, evitando para siempre el tener que ponerte de puntillas a ver «qué está pasando aquí» con los fuegos encendidos.
Disfrutas cuando llega un paquete, cuando te leemos un cuento, o descubres algo que no conocías. Como buen explorador, te estresa no poder abrir una puerta. Das de comer a los patos y paseas por el parque como una persona más.
Es genial que ahora solo tengamos que gozar contigo tu nueva condición, que además, como buen novel, tiene sobre todo cosas bonitas, nuevas y retadoras.